Tablazo
EL TABLAZO
El día de ayer, un día cualquiera, miércoles, tuve la mala idea de quedar con una pareja de amigos cubanos para comer en el Restaurante El Tablazo. El Tablazo nos lo dieron a nosotros en el paladar y en nuestro sistema nervioso.
Este restaurante se encuentra ubicado enfrente de El Malecón habanero aunque no voy a decir la dirección exacta por solidaridad con el resto de los sufridos habaneros y visitantes, tiene una terraza de un tamaño respetable aunque en esta ocasión decidimos no utilizarla dado que nuestro astro rey calentaba con generosidad por lo que preferimos disfrutar del aire acondicionado aunque esto nos privara de las estupendas vistas de dicha terraza. Una vez más quiero comentar desde estas líneas que los propietarios, cuentapropistas o encargados de paladares varios deberían apostar por los sistemas de refrigeración al aire libre, tan conocido en el resto del planeta tierra.
A lo que íbamos, éramos tres personas, nos sentamos a las 14 horas (2:00 pm) y pedimos unos entrantes consistentes en la tan conocida, manoseada y sobrevalorada “fritura de malanga”, y unas humildes croquetas que no acerté de qué estaban hechas. En el mismo instante pedimos este socorrido aperitivo, solicitamos el plato fuerte. El mío llego con bastante rapidez y consistió en un “pepito de ternera”. Aun ahora, al recordar el pepito, me dan ganas de llorar, ¡vaya pepito! claro que solo a mí se me ocurre pedir eso. La llamada en la carta “ternera” era escasa, vieja, pelleja, dura y sin ninguna gracia, la pobre; iba acompañada con un poco de cebolla, triste como aquellas nanas de Miguel Hernández, y por último,el pan, sin tostar, debió de ser de los pre cocidos y era pues eso, pre cocido, sin ninguna gracia. Me comí el sándwich, paso una hora, mis pobres colegas seguían esperando, y llamé a la camarera y la insté a que se personara el gerente, cuentapropista, dueño o de lo que se tratare. La señorita me preguntó para que quería al gerente y le espeté e hice notar la tardanza del resto de platos y que yo hacía una hora que me había comido el “pepito”, ella reaccionó con mala educación y de forma altanera aduciendo que tenían mucha gente y que los entrantes habían sido rápidos. Puse cara de ¿…y qué? Y volví a solicitar al misterioso gerente, el cual, desde luego nunca apareció. A la hora y cuarto de llegar, por fin, sirvieron los platos principales de mis acompañantes: un pescado al grill con demasiado aceite y un cordero que no estaba mal; en ese momento volví a preguntar por el Houdini de los gerentes y por supuesto no apareció seguramente haciendo un truco de escapismo.
Resumiendo, queridos y pacientes lectores, si tenéis prisa… no vayáis al Tablazo.
Ángeles de Toro.
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